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domingo, 19 de julio de 2015

¿Ha sucumbido nuestro sistema político post Trujillo?


Por Manuel Espinal

            Después de terminado el proceso de independencia en 1844, la formación de una nueva nación a la que los héroes de tan heroica gesta decidieron nominar República Dominicana y la promulgación de su Constitución  el 6 de noviembre del mismo año, dado el hecho de que el presidente a la sazón, Pedro Santana, había influido sobre el Congreso Constituyente para abrogarse poderes omnímodos; que no serían más que una forma legalizada a través del artículo 210 de dicha Constitución de implementar una forma de dictadura, cuando la realidad demandaba un gobierno de unificación e ideales democráticos en el que toda la nación en respaldo al recién formado gobierno dieran al traste con dicho proceso, ya se intuía el barrunto de que a ese proyecto, en el que Juan Pablo Duarte y Díez, Francisco del Rosario Sánchez del Rosario, Matías Ramón Mella y Castillo y otros héroes de mucha valía habían sacrificado prácticamente todo, le aguardaba el fracaso desde el punto de vista institucional.

            Desde entonces, hemos vivido amparados por decisiones personalistas y caprichosas que en nada han contribuido a fortalecer el proyecto nación que se habían forjado los independentistas; un país de justicia, prosperidad y libertad, lo que se alcanzaría en la medida que pudiéramos contar con partidos políticos con ideologías bien definida y programas de gobiernos sólidos y factibles.  

Es así, porque a partir de la decisiones de Santana que atrofiaron el curso que debía seguir dicho proceso, los gobernantes que nos han regido durante estos 171 años de cuasi independencia; salvo casos como los de Luperón y Bosch, han ido al poder para satisfacer apetencias, necesidades y caprichos personales y de grupo, confinándonos al atraso súper e infra estructural.

Lo anteriormente dicho es confirmado en el hecho de que hemos tenido, a lo largo de nuestra historia republicana, partidos políticos y gobernantes que nunca han respetado las reglas del juego previamente establecidas, por lo que de manera antojadiza adaptan nuestro sistema de legalidad a su conveniencia e intereses grupales, y no social. Es tanto así, que se han preocupado y aún se preocupan por perpetuarse en el poder; ya no sólo político, sino económico. Para ello, éstos se concentran en hacer desaparecer la competencia mediante el soborno y la intriga. En muchos casos, han aplicado métodos no convencionales como la amenaza, la desaparición física y la tortura. De ahí, la inmensa cantidad de dictadores o cuasi dictadores que han gobernado nuestra nación.

La situación ya descrita se ha hecho más notoria y preocupante a partir de 1996 cuando el Presidente de entonces y líder del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), Joaquín Balaguer, endilgó su apoyo electoral al expresidente Leonel Fernández, candidato por el oficialista Partido de la Liberación Dominicana (PLD) para la segunda consulta del voto en ese mismo año. Desde entonces, el deterioro del sistema político post trujillista se ha acentuado hasta el punto que el PLD se engulló al PRSC; y fruto de una serie de medidas anti-judiciales, antidemocráticas y deshonestas, ha iniciado el proceso de destrucción del otrora poderoso y glorioso Partido Revolucionario Dominicano (PRD), que ha tocado fondo de popularidad bajo la dirección de Miguel Vargas Maldonado.

Vargas Maldonado siempre tuvo la creencia, como muchos analistas y políticos del patio, de que los hechos históricos y los fenómenos sociales en República Dominicana eran invariables o estacionarios y de que adueñándose de las siglas PRD, él podría convertirse en monarca de ese partido; propósito que logró, pero no el apoyo de las masas perredeístas que no le perdonaron su acto de felonía en las elecciones del 2012, asunto que se confirmó en los recientes movimientos políticos en los cuales Vargas Maldonado y el peledeismo gobernante han estado formalizando una alianza para un gobierno de “unidad nacional”, que la mayoría duda.

La experiencia -ante hechos similares en otras latitudes- nos indica que lo que surge de estos movimientos políticos no es nada halagüeño para el sistema de dominio establecido y que la nueva tendencia, como resultado de los traspiés entre los políticos tradicionales, se lleva de cuajo a todo lo previamente instituido.

La República Dominicana, donde el pueblo está dando a los partidos políticos una valoración de credibilidad que no supera el 5%, da señales de nuevos escenarios políticos en el que nuevas agrupaciones ganan apoyo electoral significativo, poniendo en peligro a corto plazo el dominio de los partidos tradicionales.

En medio de este laberinto político y con encuestas señalando que la ciudadanía no cree ni en los políticos ni en el sistema de partidos, cierro este artículo con una pregunta muy sugerente. ¿Qué sucederá por lo pronto a nuestro sistema de partidos políticos?            

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