Después de terminado el proceso de independencia en
1844, la formación de una nueva nación a la que los héroes de tan heroica gesta
decidieron nominar República Dominicana y la promulgación de su Constitución el 6 de noviembre del mismo año, dado el hecho
de que el presidente a la sazón, Pedro Santana, había influido sobre el
Congreso Constituyente para abrogarse poderes omnímodos; que no serían más que
una forma legalizada a través del artículo 210 de dicha Constitución de
implementar una forma de dictadura, cuando la realidad demandaba un gobierno de
unificación e ideales democráticos en el que toda la nación en respaldo al recién
formado gobierno dieran al traste con dicho proceso, ya se intuía el barrunto
de que a ese proyecto, en el que Juan Pablo Duarte y Díez, Francisco del
Rosario Sánchez del Rosario, Matías Ramón Mella y Castillo y otros héroes de
mucha valía habían sacrificado prácticamente todo, le aguardaba el fracaso
desde el punto de vista institucional.
Desde
entonces, hemos vivido amparados por decisiones personalistas y caprichosas que
en nada han contribuido a fortalecer el proyecto nación que se habían forjado
los independentistas; un país de justicia, prosperidad y libertad, lo que se
alcanzaría en la medida que pudiéramos contar con partidos políticos con
ideologías bien definida y programas de gobiernos sólidos y factibles.
Es así, porque a partir
de la decisiones de Santana que atrofiaron el curso que debía seguir dicho
proceso, los gobernantes que nos han regido durante estos 171 años de cuasi
independencia; salvo casos como los de Luperón y Bosch, han ido al poder para
satisfacer apetencias, necesidades y caprichos personales y de grupo, confinándonos
al atraso súper e infra estructural.
Lo anteriormente dicho
es confirmado en el hecho de que hemos tenido, a lo largo de nuestra historia
republicana, partidos políticos y gobernantes que nunca han respetado las
reglas del juego previamente establecidas, por lo que de manera antojadiza
adaptan nuestro sistema de legalidad a su conveniencia e intereses grupales, y no
social. Es tanto así, que se han preocupado y aún se preocupan por perpetuarse
en el poder; ya no sólo político, sino económico. Para ello, éstos se
concentran en hacer desaparecer la competencia mediante el soborno y la
intriga. En muchos casos, han aplicado métodos no convencionales como la amenaza,
la desaparición física y la tortura. De ahí, la inmensa cantidad de dictadores
o cuasi dictadores que han gobernado nuestra nación.
La situación ya
descrita se ha hecho más notoria y preocupante a partir de 1996 cuando el Presidente
de entonces y líder del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), Joaquín
Balaguer, endilgó su apoyo electoral al expresidente Leonel Fernández,
candidato por el oficialista Partido de la Liberación Dominicana (PLD) para la
segunda consulta del voto en ese mismo año. Desde entonces, el deterioro del
sistema político post trujillista se ha acentuado hasta el punto que el PLD se engulló
al PRSC; y fruto de una serie de medidas anti-judiciales, antidemocráticas y
deshonestas, ha iniciado el proceso de destrucción del otrora poderoso y
glorioso Partido Revolucionario Dominicano (PRD), que ha tocado fondo de
popularidad bajo la dirección de Miguel Vargas Maldonado.
Vargas Maldonado siempre
tuvo la creencia, como muchos analistas y políticos del patio, de que los
hechos históricos y los fenómenos sociales en República Dominicana eran
invariables o estacionarios y de que adueñándose de las siglas PRD, él podría
convertirse en monarca de ese partido; propósito que logró, pero no el apoyo de
las masas perredeístas que no le perdonaron su acto de felonía en las
elecciones del 2012, asunto que se confirmó en los recientes movimientos
políticos en los cuales Vargas Maldonado y el peledeismo gobernante han estado
formalizando una alianza para un gobierno de “unidad nacional”, que la mayoría
duda.
La experiencia -ante
hechos similares en otras latitudes- nos indica que lo que surge de estos
movimientos políticos no es nada halagüeño para el sistema de dominio
establecido y que la nueva tendencia, como resultado de los traspiés entre los políticos
tradicionales, se lleva de cuajo a todo lo previamente instituido.
La República Dominicana,
donde el pueblo está dando a los partidos políticos una valoración de
credibilidad que no supera el 5%, da señales de nuevos escenarios políticos en
el que nuevas agrupaciones ganan apoyo electoral significativo, poniendo en
peligro a corto plazo el dominio de los partidos tradicionales.
En medio de este
laberinto político y con encuestas señalando que la ciudadanía no cree ni en
los políticos ni en el sistema de partidos, cierro este artículo con una
pregunta muy sugerente. ¿Qué sucederá por lo pronto a nuestro sistema de
partidos políticos?
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